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Por Jerry Ccanto
La película evidencia dos aspectos: La muerte como un paso al que llegaremos todos; y lo que hacemos en vida, lo que somos en vida, nuestra razón de ser en este mundo.
Bergman (el director de la película El Séptimo Sello) se convierte en un pintor medieval que está fascinado por la imagen de la muerte. La hace bailar, jugar, conversar, etc. Pero es nuestro soldado cruzado quien ante la presencia inminente de la muerte, se pregunta (quien en realidad se cuestiona es Bergman) sobre aquello que sucede en la vida misma, la situación en la que se encuentra la realidad, nuestro mundo. Estos cuestionamientos son valederos y vigentes en nuestro tiempo.
Todos los días vivimos la muerte. Nos gusta con morbosidad saber más de asesinatos que aquello que forja la vida. Los principales titulares de los periódicos están colmados de asesinatos, de atropellos mortales, de suicidios, de guerras, de hambre, de contaminación y la inseguridad reinante presentándolos de manera alarmista como para que algún tipo de esfuerzo por cambiar esa situación esté prevenida de salir a flote. Los desarrollos de las mismas noticias son, en comparación con las búsquedas de las mejoras de nuestra realidad, más abundantes en texto y descripción. El arte actual ya hace bastante que redefinió la estética de si misma, ya no es la belleza, ahora es el impacto. Cuanto más impactante sea, más artístico se aprecia. Evidenciar cadáveres antes era un acto meramente forense o médico. Hace poco se presentó y se canceló la muestra "El cuerpo humano: real y fascinante", donde los visitantes fuimos con curiosidad a ver muertos pero mejor presentados que los que vemos en las portadas de "El Chino" o "El Men". Con el deshonroso desenlace de Susan Hoefken que se autorobó un pulmón de la muestra. Nosotros todos los días le robamos el valor que tienen nuestros pulmones. En agosto del presente año, la Municipalidad de Lima taló más de 130 árboles en Chorrillos, estamos en déficit de pulmones para la ciudad, y nuestra selva que desde hace mucho, desde el siglo XIX viene deforestando su propia máquina de dotarnos del vida. Volviendo al tema del la muestra del cuerpo humano, hago una reflexión sobre la semejanza entre la forma como se presentaron los cuerpos y el paisaje limeño, la estética de nuestra ciudad. El día miércoles, Wiley Ludeña presentó su última obra Urbanismo Dixit, inquisiciones, donde su tesis sobre Lima es que es una Megabarriada, una ciudad que se muestra despojada de todo tipo de identidad o incapaz de asumir una cara o un gesto para quienes la habitamos. Un cuerpo mostrado solo en carne y hueso, es sólo eso, un humano, una ciudad sin piel y con los fluidos cortados (el agua, la luz, etc.), es sólo eso una ciudad cualquiera. Aquí tomamos muy mal esa broma cruel que si el interior es más importante que el exterior, entonces hay que despellejarnos, cuando ni siquiera hemos podido vestir lo que construimos. Esto nos trae serios cuestionamiento, o más bien, sugerencias sobre la vitalidad de nuestra realidad. ¿Realmente estamos vivos o esta es una morbosa manera de vivir?
Hablando explícitamente de la muerte, del rito funerario, nuestra cultura siempre la asumió como tal, un paso que todos daremos en un momento que nadie sabe cuando sucederá, felizmente. Los descubrimientos de los monarcas del antiguo Perú, evidencian la importancia del viaje al más allá. La señora de Cao, el señor de Sipán o las cavernas funerarias de la necrópolis de los Paracas son una verdadera galeria del rito funerario. El pasajero al más allá se llevaba aquello que en vida tuvo. Desde sus prendas más valiosas (uno va vestido con lo mejor en su funeral), alhajas, comida, mascotas, sirvientes y su propia apariencia. El proceso de momificación se perfeccionó a tal punto que hoy podemos distinguir los rasgos faciales y la complexión del muerto. Explícitamente se llevaba todo, desde las pertenencias hasta las muecas. Los antiguos peruanos íbamos a la fiesta en el más allá con las manos llenas y de gala. Mientras el finado acudía a su bienvenida a su nueva morada, en este mundo terrenal lo llorábamos por momentos, y en otros, los sacábamos a caminar con nosotros. Esta costumbre perdura en muchos pueblos escondido y alejados de la occidentalización de nuestras ciudades, esta costumbre es inca donde se sacaba al muerto momificado y se procedía a llevarlo en hombros, en procesión. En un pueblo alejado de Ayacucho, a los muertos se les sienta, bien vestido por supuesto, a libar y conversar con sus amigos (cuyas almas aún están encerradas dentro de este mundo material). Por muchos días festejan. El hedor producto de la putrefacción no se vuelve un problema para los lugareños, sólo al finalizar la borrachera se les lleva a su lecho eterno para que pueda descansar en paz.
Una canción de Robi Draco Rosa dice así: Morir es olvidar, ser olvidado, refugiarse desnudo en el discreto calor de Dios. Este portorriqueño, nacido en NY, nunca ha visitado Lima. Todos los primeros de noviembre. Lima se va de fiesta, se va a festejar con aquellos que ya dieron ese paso al más allá. Los cementerios populares son el paraíso terrenal, hemos construido nuestros propios Edenes asegurándonos de no plantar los árboles de la vida para no comer de su fruto prohibido y ser expulsados. Esta costumbre no es ajena a muchos de nosotros. Muchos tenemos familiares que residen en esta Lima nueva, muchos hemos vivido correteando en cerros, barriadas, callejones, etc. comiendo polvo, raspándonos con piedras, recogiendo la pelota que se vino cuesta abajo. Muchos somos hijos de migrantes y estamos ligados a estos ritos. Mi abuelo falleció el dos mil siete, a primeros de febrero. Todos volvimos a Ica, ese lugar tan caluroso que cobijó nuestros juegos de infancia y nos vinculó al trabajo en la chacra y los baños en la Achirana del Inca, donde se bebía cachina hecha en casa y se madrugaba para comprar los tamales dominicales hechos en cilindros metálicos a fuego lento. Lo velamos por tres días desde el viernes, hasta el domingo. Le trajimos una banda de Navidad, que son mis tíos y primos que tocan el violín y el arpa en las fiestas de la familia. Este día fue especial, mis primos lejanos, primos de mis primos bailaron para el abuelo, y mis tíos, incluyendo a mi padre, bailaban haciendo competencia. Las carnes les pasaron la factura. Conversábamos con el abuelo en su tumba de madera. Algo muy extraño por cierto, pues antes se velaba a nuestros familiares sobre la mesa donde comíamos y los llevábamos envueltos en colchas hacia el cementerio. Una vez más, estas nuevas costumbres se mezclaban con nuestros antiguos ritos. Al abuelo lo llevamos a despedirse de todo el barrio. Era una procesión donde todos y todas nos turnábamos para cargarlo, pasamos por el local de los regantes, por la plaza de Pachacútec y cuando llegamos a la carretera de Tate, lo llevamos en la carroza que alquilamos. Al abuelo no lo enterramos en un "cementerio popular" sino en el municipal. Los cementerios en el Perú siempre han sido repositorios festivos. En el Perú no existe esta costumbre de la despedida triste y silenciosa. Es un momento de congregación y celebración. El miedo a la muerte es importado.
Trajimos esta costumbre a Lima. Los cementerios que aquí existían siempre han tenido esa connotación sobrenatural y de miedo. Los parques cementerios, tradicionales del país del dólar, que hemos visto en películas como el inicio de Rescatando al Soldado Ryan o en los funerales en El Padrino 1, son esos lugares donde realmente se descansa en Paz. En Lima, esta ciudad que está muerta o que se está matando, realmente encuentra la vida en el más allá.
Desde mediados de esta década, el necrólogo Jimmy Baltazar, estudió todos los cementerios populares de Lima, no se le escapó ninguno. Muchos de nosotros lo acompañamos a hacer estos levantamientos, pero no de cadáveres, sino de nichos. Uno no se da cuenta de estas costumbres porque, redundando, uno está acostumbrado. Lo interesante de estos recorridos fue reconocer el fenómeno social, ya no es algo excepcional, pero aún no es lo oficial. En el 2008, junto con Oscar Bejarano, de la URP, organizamos un recorrido al que bautizamos como Funerales de Vida, que es sarcástico con aquello que no nos damos cuenta, nos estamos matando y no sólo en aquel viejo motel, casas verdes o cama de rosas, la vida urbana le falta poco para estar vida, ya estamos logrando que sea oficial con espacios de intercambio como estos, de reconquista de la calle, de la apropiación y empoderamiento más allá de tu puerta para dejar de ser palomilla de ventana y ser un nómada. No ser un urbanita sino un urbícola.
El año pasado visitamos el cementerio popular más grande Lima, el Virgen de Lourdes de Villa María del Triunfo que son cerros de cerros con nichos que alberga a más de 120 mil almas en sus 60 hectáreas. En la tarde nos trasladamos a Lima Noreste, a San Juan de Lurigancho, al cementerio El Sauce, de menores dimensiones pero de similar magnitud en su dinámica social y urbana. Este año nos sumamos a las celebraciones de Encuentros en la Memoria en el barrio de La Balanza en Comas, al norte de Lima, donde compartimos con otros colectivos ritos y performances de música, teatro y acompañamiento.
Un primero de noviembre significa que las rutas de transporte privado que ofrece servicio colectivo, tal como llama Pablo Vega Centeno al transporte urbano de Lima, se cambian para llegar a los cementerios. Lima se desarrolla paralela a su litoral, el día de los muertos, Lima se mueve transversal al Pacífico de oeste a este ya que los cerros se encuentran al oriente. Es una caravana, llegar a cualquier cementerio en auto es una odisea. En Villa María y El Sauce tuvimos que bajarnos entre 5 a 10 cuadras antes porque había un congestionamiento increíble ese día, en el camino encontrábamos todo tipo de comercio, desde las velas, flores, tanta wawas hasta venta de discos, juegos mecánicos, cómicos ambulantes y la infaltable comida con su cerveza bien helada. En el mismo cementerio hay todo tipo de situaciones. Muchos familiares han pernoctado en el cementerio en los nichos de sus familiares. Hay gran desfile de bandas y orquestas de música costumbrista que ofrecen sus servicios de sonorizar la velada o darle una serenata al difunto, pero también hay de los armados con sus equipos estereofónicos. Lo que nunca se va encontrar es silencio o lloriqueos. Así como los cementerios son representaciones a escala de la ciudad, lo mismo es de su sociedad. la complejidad con la que se organiza es impresionante, cada cierto tramo se congregan actividades como el expendio de comidas al costado de los licores. Existe también transporte en mototaxi dentro del cementerio. Encontrar un nicho realmente resulta haber tenido un entrenamiento ocular muy riguroso en ubicación georeferenciada pues, como en la ciudad, la arquitectura de las tumbas, es similar en la mayoría de sus casos. Las etapas de consolidación de la arquitectura residencial de Lima se reflejan exactamente en los nichos. Primero existe la ocupación (similar a la invasión) con condiciones precarias por los bajos recursos con los que se cuenta. Posteriormente viene la etapa de acondicionamiento, donde el nicho ya es construido con material perdurable. La siguiente etapa es la de consolidación donde el nicho tiene características más propias del finado, es aquí donde se adquiere la identidad del muerto. La última etapa es la de densificación o condominización, donde se construyen nuevos nichos para los futuros inquilinos del más allá. Los nichos tienen similitudes con los vicios arquitectónicos autoconstruidos, el tema del voladizo, el enrejamiento y la apropiación de la circulación pública. Los cementerios populares tienen un excelente emplazamiento, en las zonas donde ya no se puede seguir construyendo por lo abrupto del terreno donde en las laderas altas son el límite, aunque en algunos casos ya se han ocupado todas la laderas como es el caso del cementerio Virgen de Lourdes. Por su condición de ubicación en las partes altas de la ciudad, su dominio visual sobre el territorio es envidiable. En La Balanza, en un día soleado como ese, los visitantes apreciamos el mar en todo su esplendor, el ocaso como fondo romántico de una novela que recién empieza. Vimos el despertar de la noche, con una luna tímida de salir pero radiante en el momento preciso. Escenas como estas sólo se dan en estos lugares reservados para los privilegiados, para nuestros difuntos. Un primero de noviembre es literalmente una danza macabra.
Muchos lugares están asociados como puertas o agujeros negros hacia el más allá. Las Catacumbas del Centro de Lima, el Pasamayo y su curva del diablo, La esquina de Tomás Marsano con Caminos del Inca (La Bolichera de Surco), el puente Villena, la ciudad camposanto de Yungay, Ayacucho (Rincón de los muertos), el Vrae, Bagua, los hospitales, las pistas y carreteras y muchos más que están en nuestros imaginarios, últimamente el facebook ha creado un cementerio digital, a ver si separamos un bonito nicho en unos y ceros. El cementerio más grande del mundo está en Irak, se llama Wadi Al Salam, que significa Valle de la Paz y tiene 600 hectáreas (6 km2) y hay más de 5 millones de tumbas, casi la mitad de habitantes moribundos de Lima, donde todo iraquí desea ser enterrado ahí.
El 24 de Junio de 1994, Chacalón muere y es acompañado por toda esa multitud que sintió el peso de sus canciones en sus corazones, no podían despedirlo de mejor que como se hizo, multitudinariamente y festejando apasionadamente, agradeciendo ese poco que les ofreció, ser parte de una comunidad, ser amigo y llorar contigo por lo duro que es vivir en esta selva de ladrillos donde ser provinciano era ser un excluido. O como el multitudinario funeral de Augusto Ferrando, el 2 de febrero del 99. Este año nos han dejado muchos íconos de nuestra cultura, se apagaron las voces con las que crecimos, aquellos con quienes bailamos excéntricamente y oíamos en las formaciones de los lunes escolares (sobre todo en julio), dejamos de sólo pedirle a Dios que a nuestros amigos que significaron más que un aprender de la vida, a disfrutar de la sinceridad de su sonrisa silenciosa.
La muerte, como un paso ineludible, nos invita a dar aquello que ensayamos muy bien en estos paraísos terrenales. Dicen que todo es posible menos vencer a la muerte, pero ¿cuando ésta estuvo en afrenta con la sociedad y la cultura? que sepamos, nunca. Pongámosle piel a nuestras ciudades, sigamos festejando fuera de nuestras puertas, pintemos las calles de entusiasmo y libertad.
Y como diría el gran chato Barraza, esta película es la muerte!