La falta de seguridad y el caos en el transporte aún impiden que la capital peruana dé un salto que refleje el crecimiento económico del país.
Primer hecho real: A fines de febrero cinco delincuentes armados desataron una balacera a plena luz del día en el Jockey Plaza Shopping Center, uno de los centros comerciales más prósperos, concurridos y vigilados de Lima. Segundo hecho real: Nada simboliza mejor el caos vehicular limeño que las combis, unas camionetas rurales que hacen de transporte público. Sus alocadas carreras son parte del ADN limeño, al punto que el juego peruano más popular en Facebook se llama “Crazy Combi”. Ambos hechos retratan los desafíos que enfrenta Lima, que pese al sólido crecimiento económico que Perú ha tenido en los últimos años, aún no logra sacudirse del peso de años de crecimiento urbano caótico y del violento pasado de la guerra contra Sendero Luminoso en los años 80.
Pero la creciente sensación de inseguridad y el tradicional caos urbano no han impedido el auge económico de la ciudad, que ha atraído capitales extranjeros en sectores como el retail y la banca. Aunque una tajada importante de las inversiones se la lleva el sector minero, que no está en Lima, las finanzas y comunicaciones, que sí se concentran en la capital, acapararon en 2009 casi 35% de la inversión extranjera directa, según la agencia de promoción de inversiones privadas de Perú. Eso explica, en parte, que en la actual edición del ránking AméricaEconomía de las mejores ciudades latinoamericanas para hacer ngocios, Lima ocupe el décimo lugar.
La sensación de inseguridad en Lima se ha disparado, a pesar de que los delitos no han aumentado en los últimos años, según las cifras oficiales. En 2008 se registraron en total 67.768 delitos en Lima, un poco menos que los 67.832 de 2007. Las encuestas indican que la delincuencia se ha convertido para los limeños en el principal problema de esta ciudad de 8 millones de habitantes, que alberga a la tercera parte de la población peruana. Un sondeo de la Universidad de Lima realizado en diciembre de 2009, muestra que 75% de los limeños considera que su ciudad es insegura.
Carlos Basombrío, ex viceministro del Interior del gobierno de Alejandro Toledo y experto en seguridad, echa luces sobre esta brecha entre sensación de inseguridad y la tasa real de delitos. En su opinión, la creciente cantidad de delitos menores, como los robos al paso, transmite a los limeños la sensación de estar desprotegidos y vulnerables. No obstante, si se comparan delitos más graves, como la tasa de homicidios, por ejemplo, Lima está lejos de ser una de las ciudades más peligrosas de América Latina. Aun así, Basombrío considera que la situación se deteriora.
Eduardo Pérez Rocha, secretario general del Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana (Conasec), organismo encargado de formular y dirigir las políticas de seguridad nacional, niega que Lima viva una ola de violencia o una escalada de asesinatos a manos de sicarios, como han destacado algunos medios locales. Sus estadísticas señalan que, en lo que va de 2010, sólo se han registrado tres ejecuciones.
Elizabeth Salmón, catedrática de la Pontificia Universidad Católica del Perú y especialista en temas de seguridad, dice que hay que ver el tema de la delincuencia a partir de un contexto mucho más amplio. Según ella, Lima y otras ciudades peruanas aún están sufriendo de un trauma post-conflicto tras la cruenta guerra contra el terrorismo. “Tras una guerra hay gente con armas y víctimas que no han podido reinsertarse en la sociedad. Las expectativas son muy altas y las posibilidades de desarrollo muy bajas”, dice.
Al igual que en muchas urbes de la región, la policía de Lima sufre de escasos recursos, equipamiento pobre y personal mal pagado. Pero tanto Basombrío como Salmón coinciden en que, más allá de asignar más recursos a la policía, la ciudad no cuenta con una política pública clara respecto a la seguridad ciudadana.
Curvas peligrosas
Es muy raro encontrar a un limeño que no considere que el sistema de transporte público de su ciudad sea un verdadero infierno. Pero 82% de la población lo tiene que usar y padecer horas de interminables congestiones vehiculares, fuera de la inseguridad y la contaminación producida por las combis y buses viejos, una flota que en muchos casos tiene una antigüedad de más de 20 años.
Juan Tapia, director del Centro de Investigación y de Asesoría del Transporte Terrestre (Cidatt), sostiene que la congestión vehicular hace que la velocidad promedio en las calles limeñas disminuya cada vez más, al punto que en algunos tramos de las principales avenidas las velocidades bajan a un promedio de hasta 5 km/h. Un estudio del Banco Mundial de 2005 valorizó en US$ 500 millones anuales las pérdidas causadas por horas-hombre desperdiciadas en movilización y costos operativos.
Para remediar el desorden vial, las autoridades han trabajado en un sistema de transporte llamado El Metropolitano, que se basa en el exitoso sistema de transporte público de Curitiba y que también fue imitado en Bogotá y Santiago. El proyecto forma parte de un plan maestro de transporte que prevé inversiones de unos US$ 5.535 millones hasta 2025.
Sin embargo, hasta ahora se ha avanzado poco. Aunque es el caballito de batalla del alcalde de Lima y posible candidato presidencial, Luis Castañeda, El Metropolitano se encuentra sumido en críticas por los aplazamientos en su entrada en funcionamiento, su elevado costo y por la falta de comunicación a la ciudadanía sobre cómo operará.
Más allá de la polémica, este sistema queda corto, pues resolvería apenas 8% de la demanda. Según la investigadora Claudia Bielich, el otro 92% seguirá movilizándose “en condiciones deplorables”. Bielich considera al Metropolitano una buena iniciativa, pero dice que es necesario que todo el sistema de transporte cambie. La pregunta es cómo.
Especialistas entrevistados sostienen que la reorganización del sistema pasa por varios aspectos. Uno de los más importantes es la racionalización del transporte público, cuyas unidades y rutas actuales resultan excesivas: existen unos 29.000 vehículos de transporte público y unas 500 rutas. Esta reorganización pasa también por redefinir la forma en la que operan las empresas de transporte público. Los dueños de las rutas afilian a los dueños de los buses por un pago diario, lo que origina la guerra por los pasajeros y los numerosos accidentes por excesos de velocidad.
Para muchos, una solución ideal sería contar con un metro subterráneo, pero la solución más inmediata y económica pasa por los buses, afirman los expertos entrevistados.
Al final, se trata más de un problema político que técnico, aseguran los expertos. “Ningún alcalde ha querido hacerse del problema, tratarlo como un tema político e intentar solucionarlo”, dice Bielich. “Han preferido mantener el statu quo porque, mal que bien, el sistema funciona: los limeños se movilizan, en malas condiciones, pero lo hacen”.
Ciertamente, atacar en serio el problema del transporte puede significar un alto costo político. Los miles de combis que operan en Lima son el medio de sustento para miles de familias. Y en un año como éste, en que los limeños eligen a su nuevo alcalde, o como el siguiente, en que los peruanos eligen a su nuevo presidente, parece no haber un político dispuesto a correr el riesgo. En pocas palabras, el caos pinta para rato.
ARTICULO: http://rankings.americaeconomia.com/2010/mejoresciudades/lima-la-insufrible.php
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